miércoles, 2 de diciembre de 2009

Cuento

Erase una vez una princesa.
Era una joven bastante feliz y tenía una vida de princesa estándar: vivía en su castillo, bailaba el vals e iba a la Universidad de Futuros Reinantes, donde no le iba nada mal.
Estudiaba mucho, pues quería llegar a ser una gran soberana para su pueblo, y de vez en cuando salía con sus amigos de los reinos vecinos.

Desde pequeña, viendo a sus padres los reyes, aprendió que un país tenía que ser gobernado por dos personas, por lo que asumió que la búsqueda del príncipe que le acompañaría el resto de sus días tendría que ser a tiempo completo.
Pasó su niñez convencida de que algún buen heredero pediría su mano en cuanto tuviera edad, y su adolescencia obsesionada con que cualquier jovencito apuesto podría ser el candidato para dirigir el destino de su pueblo junto a ella.
Con la llegada de la juventud las presiones se fueron incrementando, todas sus amigas iban encontrando a sus azuladas parejas y sus padres le repetían constantemente frases que le hacían sentir que su tiempo para hallar al elegido se agotaba.
-''Se te pasa la edad, princesita, búscate un novio o tendrás que reinar sola, y no hay nada más difícil que tomar las decisiones por una misma...''- murmuraba la reina cada mañana, mientras le apretaba el corsé del vestido.
-''Algo raro ha de tener mi hija que yo desconozca, no he visto a ninguna princesa que a su edad no haya tenido, sino un anillo de compromiso en su real dedo, sí algún candidato a ocupar el trono que va incluido con su mano''- murmuraba el rey al mozo de cuadras, mientras ensillaba el caballo que la llevaba a clase.
Mientras, su reino se inquietaba, y las gentes trataban de buscar candidatos en los reinos vecinos para evitar que aquella muchachita que tanto estudiaba se quedara sola al frente de tan magna responsabilidad.
Ella se esforzaba, e incluso llegó a pasear por los jardines reales con alguno de ellos, pero, aún viendo que todos serían grandes reyes, no encontró en aquellos príncipes nada especial.

Pasó el tiempo y con él su angustia aumentaba, se pasaba las noches en vela, pensando en qué haría para encontrarle a ÉL. Jamás sería capaz de reinar sola, nunca nadie en la historia de su país lo había hecho, no sería ella tan osada de romper las tradiciones y sentarse en el trono sin haberse casado...¿tendría que resignarse a compartir su cargo con alguno de aquellos príncipes sosos y sin conversación que le habían acompañado a ver los cisnes del estanque?

Perdió el sueño y el apetito, pero hacía lo posible para que nadie notase su desazón: se coloreaba las mejillas para ocultar su palidez y trataba de comer para mantenerse sana, aunque no siempre podía acabarse los opíparos platos que le preparaban los cocineros de palacio.
Aquel día, como tantos otros, bajo al salón para obligarse a desayunar sin hambre y se vió enfrente de un frutero. Aquél frutero estaba lleno de colores y formas traidas de distintas partes del reino, una colección de frutas de todo tipo en una gran cesta, y de la que todo el que pasaba por allí daba buena cuenta.
Y se fijó en una gran naranja que había en la base. Era una pieza redonda y aromática, que brillaba a la luz que entraba por los ventanales del salón de palacio.
Le apetecía de verdad, y aunque no se veía capaz de acabársela, la cogió y se quedó mirándola unos instantes. Pensó que nadie dejaba una naranja partida a la mitad, pues era obvio que se secaría y perdería el jugo, y recordó aquella frase que su madre le repetía constantemente: ''Tu media naranja está ahí fuera, sólo has de poner más interés en encontrarla...''

Entonces, se dió cuenta de la verdad. Ella no era una media naranja, por lo que era absurdo buscar su otra mitad. Ella era una naranja entera, tan brillante, aromática y llena de jugo como aquella que tenía en la mano.
Al igual que aquella preciosa naranja estaba hecha para ser comida y no se necesitaba de ninguna otra pieza para saborear sus vitaminas, ella era una princesa totalmente capaz de gobernar a su pueblo, pues para algo había estudiado tantos años.
Sí, era una naranja entera, su reino una gran cesta y su vida un frutero lleno de príncipes a los que conocer sabiendo que podrían o no compartir su vida, pero que no la complementarían porque ella se bastaba para mantenerla bien redonda y jugosa, como aquella naranja.

1 comentario:

  1. ¿Has leído hace poco "La princesa que creía en los cuentos de hadas"? Resulta que sí, encontrar al príncipe azul nunca garantiza un gobierno apropiado, ni el bienestar de tu reino. También hay príncipes corruptos, y una sola ha de ser y es capaz de hacerlo sin compañía

    ResponderEliminar