martes, 27 de abril de 2010

Tensapinos

Estos días en los que la mayor parte del tiempo lo paso en una silla, en silencio, con la cabeza hacia abajo y las neuronas en ebullición nada tienen que ver con lo que podría ser una jornada de campamento.
A veces, cuando estoy harta de estar encerrada y quieta, me gusta imaginar lo que daría yo por una silla o un colchón en pleno monte, cuando ya no duele nada porque no hay parte del cuerpo que no esté golpeada, amoratada o entumecida de dormir en el suelo y sentarse sólo en la hierba.

O lo bien que me vendrían unas paredes y un techo bajo los que refugiarme del sol de Agosto a mediodía, más allá de la sombra de los árboles.

Cierro los ojos y disfruto del silencio, casi echando de menos los gritos, los lloros, las súplicas y las carcajadas de los niños a mi cargo.

Valoro el placer diario de una ducha cuando recuerdo el agua helada bajando desde los neveros directamente hasta mi piel.

Me doy cuenta de lo absurdo que es combinar la ropa, ponerse pendientes, pulseras, collares y no dejar un pelo suelto para salir de casa, cuando en plena Naturaleza basta con llevar algo encima (a veces, ni a calzarse da tiempo).

Los ratos perdidos haciendo nada saben mejor cuando pienso que en el campo no hay cinco minutos libres, siempre hay que preparar, vigilar, cocinar, recoger, regañar, bailar, colorear o lavar y los momentos de relax son allí eternas evaluaciones con ojeras que aumentan progresivamente.

Las crisis existenciales no tiene sentido, porque siempre se es necesario e imprescindible. Ser considerada mamá por cincuenta personitas da mucho que hacer y deja poco tiempo a mirarse el ombligo.

Escucho mi música, la radio, el Spotify, y me vienen a la mente cientos de canciones infantiles, conocidas o inventadas, con o sin coreografía, adivinanzas, chistes y cuchufletas inacabables.
(E incluso alguna niñófoba como el: ''nomegus-nomesgus-nomegustanlosniños...'' cantada en cualquier momento de interrupción inorportuna y hartazgo generalizado...)

Cuando llega la noche, me tumbo en la cama con mis horas de descanso ininterrumpidas por delante, sin tener que apartar arañas, soportar estrepitosos ronquidos o dejar voluntariamente el sueño en estado superficial por si alguien quiere ir a hacer pis, tiene frío o echa de menos a su mamá.

Cuando me cruzo con una niña o veo a un bebé, no puedo evitar sonreír.
A veces olvido las ganas de mundo adulto con las que llego a la civilización.

Por todo esto, y por muchas más cosas quiero irme de campamento este verano.



[d(*.*)b Sonando: Creeping up the backstairs, The Fratellis]

1 comentario:

  1. no podría estar más de acuerdo contigo...
    de hecho creo que nunca podré volver a comer pan con chocolate sin soltar alguna carcajada ^^
    que ganas de que llegue el verano y disfrutar de naturaleza, niños, canciones y hasta de las arañas!! jeje
    creo que sólo puedo decir: =D

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