lunes, 23 de noviembre de 2009

No le dió importancia, pero le extrañó.

Nunca había pensado que su melena pudiera dejar de ser negra en algún momento, sin embargo, ahí estaba su primera cana, un pelo blanquísimo, brillando entre el resto, como queriendo destacar por encima de los demás.

La hubiera olvidado de no ser porque, al día siguiente vio que no era una cana, sino un mechón entero el que era blanco. No se lo podía explicar, ¿cómo no lo había visto el día anterior? ''Cada vez estás más tonta''-se dijo mientras se anudaba un pañuelo a la cabeza y salía corriendo a clase, (no era propio de ella llegar tarde).
Trató de no pensar en ello en su camino a la facultad ni durante los descansos. Evitó aquél dichoso pensamiento en sus horas de gimnasio, mientras cocinaba sus verduras, y no quiso mirarse al espejo hasta la noche, cuando se quitó el pañuelo e inspeccionó su melena.

Era un mechón, un solo mechón de pelo blanco, de unos dos dedos de grosor, hacia la mitad de su cabeza, en la parte derecha de su perfectamente delineada raya al medio.
Mientras se cepillaba, tomó la determinación de que le gustaba, de que era original; y pensó que de entre todas las personas y personajes que se cruzaba a diario, no conocía a ninguno que llevase un mechón blanco. Además, ella nunca hacía nada atrevido, le daba un toque de distinción. Asumió su nuevo look y decidiendo que lo mostraría orgullosa al mundo, se metió en la cama.

Pero al día siguiente todo fue diferente.
Verse en el espejo y sufrir un ataque de ansiedad fue todo uno. ¿Cómo era posible?
Su pelo, su oscurísimo pelo, moreno natural, era ahora color nieve. ¿Por qué? No sabía nada de enfermedades, de hecho, sabía poco más allá de sus códigos civiles y penales, pero supuso que alguna explicación científica habría de tener semejante fenómeno.
De lo que sí estaba segura era de que la química le ayudaría a devolverle a su pelo el negro que no debió abandonar jamás, por lo que tan solo unas horas después, y por unos pocos euros, ella volvió a sentirse segura en su moreno de siempre.

Sin embargo, esa noche le costó conciliar el sueño, dio vueltas y más vueltas y cuando consiguió dormirse, casi al amanecer, tuvo pesadillas que no le acosaban desde su adolescencia.
No recordaba sus sueños desde que ocurrió lo de sus padres, desde aquél día que decidió que saldría de su pueblo para estudiar fuera y vivir sola.
No tenía amigos, pero no le importaba. Hacía deporte suave, comía sano, estudiaba y por las noches veía lo que echaban por televisión. No era feliz, pero tampoco se consideraba desgraciada. No veía necesario salir de casa más que lo imprescindible, no gastaba todo el dinero que sus padres le dejaron en herencia, no tenía caprichos, y tampoco entendía la razón de trasnochar.

Se levantó sobresaltada con el sonido de la alarma, y cuando se acercó al espejo, deseó no haberse despertado.
Su cabello volvía a estar blanco, sí, pero además el aspecto de su cuerpo era el de una octogenaria.
Lo primero que vio fueron sus propios ojos, hundidos, dejando bajo sí grandes bolsas, con una mirada empañada de cataratas que le resultaba vagamente familiar, pero que no identificaba con la suya.
Sus pómulos estaban también hundidos, y la piel de la barbilla descolgada del rostro.
Su boca estaba cuarteada y toda su frente surcada por profundas arrugas que llegaban más allá de las sienes, hasta unas orejas algo más grandes de lo que siempre habían sido.
Horrorizada, se quitó el pijama y observó el reflejo de su cuerpo desnudo.
Sus pechos, ayer redondos y duros, hoy eran apenas pellejos muertos que prácticamente le alcanzaban el ombligo. Su vientre terso se había convertido en un pliegue de carne que se precipitaba hacia un pubis sin apenas vello, y sus piernas estaban terriblemente delgadas y arqueadas. Los dedos de sus pies habían sido, junto con los de sus manos, presas de la artrosis y ahora no eran más que un montón de huesos sin forma colocados sobre unas plantas castigadas por el supuesto tiempo. Se dio media vuelta y siguió inspeccionando su espalda torcida y sus nalgas flácidas. La imagen de aquel trasero que había torneado a base de ejercicios suaves pero constantes y que ahora era solo piel blanda, la debilitó más aún.
Se sentó en la cama, absolutamente consternada y trató de pensar con claridad. Aquello no tenía sentido, nadie la creería si lo contaba, si es que alguien siquiera la reconocía, si es que alguien siquiera sabía de su existencia...
Le daba vueltas la cabeza, se sentía terriblemente débil, y la sola idea de levantarse le agotaba, así que decidió recostarse a descansar en la cama.
Entró en un estado de delirio en el que los periodos de sueño se superponían a los de vigilia y las pesadillas eran interrumpidas por momentos de tremenda paz.
Así pasaron los minutos, las horas, el sol se puso y ella, en su duermevela, trató en vano de repasar su vida. No fue capaz de recordar un solo momento fuera de la rutina diaria, no pudo traer a su mente algo fuera de los contenidos de sus clases o las series que había visto, pero pronto se dio cuenta de que aquello no formaba parte de su vida, de que sólo eran recuerdos en voces y cuerpos de otros.
En un momento de lucidez, se levantó para observarse por lo que sería la última vez al espejo.
Vio un pelo cano, que nunca se había alborotado.
Unos ojos que no habían querido observar al mundo, con unos lacrimales que no recordaba haber usado desde su infancia.
Vio unas orejas que, aunque algo habían oído, no habían aprendido a escuchar y valorar la música.
Unos labios que no habían besado y un cuello que nunca había sido mordido.
Vio una lengua que no conocía el picante o el agrio, y a la que el dulce le había sido restringido.
Bajando, pudo ver unos hombros antaño hermosos, que nunca mostraron su belleza al mundo, y unos pechos que nunca habían sido acariciados.
Un vientre que nunca se abultó por comer demasiado, que nunca dolió de tanto reír, que nunca se revolvió de tanto beber.
Vio unas piernas que nunca habían experimentado unas agujetas de haberse agotado bailando o saltando, y entre las cuales nadie, ni siquiera ella misma, habían explorado.
También vio unos brazos que no recordaba que hubieran abrazado a nadie, ni que hubieran sostenido a ningún bebé o ayudado a ningún anciano.
Se dio cuenta, al mirarse las manos, que no recordaba que hubieran creado nada bello o útil para nadie.
Por último, se miró sus pies deformes y pensó que no habían pisado lugares que hubieran podido haber hecho de su vida algo extraordinario.

Volvió a la cama y entonces, sólo entonces, comprendió que su cuerpo se había cansado de esperar a ser usado.
Entendió que sus músculos, sus huesos, sus vísceras, su sangre y su piel se habían hartado de esperar la felicidad.

En ese momento comprendió que ya no había marcha atrás.
Y cerró los ojos.

5 comentarios:

  1. me gusta, lo has escrito tú? es bueno, me ha producido una sensación similar a esta:
    Lo amaban, ni más ni menos,
    y se sacaba cada mañana
    las espinas del sueño.
    Juraba y maldecía
    y se enredaba en la alambrada
    de la mansa rutina.

    Vivía como tú o como yo.
    El viernes por la noche
    iba a buscar a su amor.
    Fumaba tranquilo,
    planeaba la semana
    y ella le arrancaba el cigarro
    y lo besaba.

    Y un día lo mordió el virus el miedo.
    Entendió que las mujeres
    nunca tienen dueño.
    Y temió que ella marchase,
    que se agotase el manantial
    sin un por qué.

    Venció el miedo y faltó a la última cita,
    no descolgó el teléfono
    que aullaba en la mesilla.
    Y el temor a la derrota
    lo agarrotó como un calambre,
    sin un por qué.

    Duro, intenso y precario...
    Se enfrentaba cada día
    al oleaje en el trabajo.
    Y una mañana la cobardía
    lo paralizó en la puerta
    y no entró a la oficina.

    Volvía a despertar
    y empezaba el periódico
    como tantos, por detrás.
    Vio y sintió la noche
    del planeta y su desastre,
    tuvo miedo y decidió
    no salir a la calle.

    Y ahí lo tienes encerrado en casa,
    temblando como un niño,
    sellando las ventanas,
    para no ver, ni escuchar,
    sentir, notar la vida estallando fuera.
    Por miedo a sentir miedo
    fue a la cama,
    como una oruga se escondió
    y envuelto entre las mantas
    se durmió,
    hizo humo el sueño
    y se olvidó del mundo
    por miedo a despertar.

    Aún sigue dormido.
    Pasaron los inviernos
    y aún sigue escondido,
    esperando que tu abrazo
    le inocule la vacuna
    y elimine el virus del miedo
    y su locura.


    Lo peor es no darse cuenta de que nos vamos muriendo poco a poco, que afuera está la vida y que cada segundo que pasa no vuelve.

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  2. Gracias Rosario, me alegro de que te guste...porque yo tengo bastantes dudas de su calidad xD

    Y el otro, ¿es tuyo? Consigue transmitir una sensación de angustia impresionante...

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  3. Mio no, por dios, es una canción de Ismael Serrano!

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