miércoles, 19 de enero de 2011

Música

Una armónica es fácil de llevar. Sácala del bolsillo de la cadera, dale contra la palma para sacudir la porquería y pelusas del bolsillo y hebras de tabaco. Ahora está preparada. Puedes hacer cualquier cosa con una armónica: tono único tenue, de lengüetas, o acordes o melodía con acordes rítmicos. Puedes modelar la música con las manos curvadas, haciéndola gemir y llorar como gaitas, haciéndola llena y redonda como un órgano, haciéndola tan aguda y amarga como los caramillos de las colinas. Y puedes tocar y volvértela a guardar en el bolsillo. Y al tocar, vas aprendiendo trucos nuevos, formas nuevas de modelar el tono con las manos, de afinar el tono con los labios, y nadie te enseña. Vas tanteándola, a veces solo en la sombra, al mediodía, a veces a la puerta de la tienda después de la cena cuando las mujeres están fregando. Tu pie golpea suavemente la tierra. Tus cejas suben y bajan al ritmo. Y si la pierdes o la rompes, pues no es una gran pérdida. Te puedes comprar otra por veinticinco centavos.

Una guitarra es algo más preciado. Hay que aprender a tocarla. Los dedos de la mano izquierda deben tener las yemas callosas. El pulgar de la derecha un callo enorme. Estirar los dedos de la mano izquierda, estirarlos como patas de araña para ponerlos en los trastes.
Ésta era la de mi padre. No era más grande que un insecto la primera vez que me mostró un acorde de Do. Y cuando aprendí a tocar tan bien como él, apenas volvió a tocar. Solía sentarse a la puerta, a escuchar y seguir el ritmo con el pie. Si yo intentaba algo nuevo él fruncía el ceño con ferociad hasta que lo sacaba y luego se volvía a acomodar y asentía. Toca, solía decir. Toca algo bonito. Es una buena guitarra. Mira lo gastada que está la caja. Hay millones de canciones que gastaron la madera y la ahuecaron. Algún día se encogerá como un huevo. Pero no se le pueden poner parches ni preocuparla de ninguna forma porque se desafinará. Tócala al atardecer, y hay uno que toca la armónica en la tienda de al lado. Quedan muy bien a la vez.

El violín es raro, difícil de aprender. No hay trastes ni maestros.
Escucha simplemente a un viejo e intenta cogerlo. No te dirá como doblar. Dice que es un secreto. Pero yo le observé. Así es como lo hace.
Agudo como el viento, el violín, rápido y nervioso y agudo.
Este violín no es gran cosa. Pagué dos dólares por él. Dice uno que hay violines de cuatrocientos años y que se vuelven añejos como el whisky. Dice que cuestan mil o sesenta mil dólares. Yo no sé. Parece mentira. Vaya cabrón de violín, ¿eh?, áspero. ¿Quieres bailar? Frotaré bien el arco con colofonia. ¡Así! Ahora sí que va a chillar. Se oirá a una milla de distancia.

...

Las uvas de la ira, John Steinbeck 1939



[d(o.o)b Sonando: The Ghost of Tom Joad, Bruce Springsteen]

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