martes, 12 de octubre de 2010
Y no me digas nada
Como una noche de invierno en Noruega
un manto de escarcha,
un corazón desnudo, tortura de vida.
No me dejes solo que ahora soy tan pequeño
y cuando despierto de una pesadilla nada cambia
todo sigue igual
De las semillas Papaver somniferum se extrae la heroína, sinónimo de desgracia y muerte.
Pero los opioides van mucho más allá.
Detrás de la activación de receptores mu, delta y kappa, hay un campo enorme derivado de la misma planta.
Analgésicos, antidiarreicos, antitusígenos, anestésicos...
Cierto es que quien escribe no podría defender otra tesis puesto que consagró su vida a ella, pero la droga, si se emplea bien, es necesaria y tremendamente útil.
Algo así pasa con la música.
Algo tan bello no puede ser veneno, aunque ahonde más dentro de lo que nos gustaría.
O por eso precisamente.
Esta canción sirve para deshacernos de máscaras y arrojar las corazas a la hoguera.
Esta pequeña dosis terapéutica actúa como una tempestad para que sobrevenga la calma.
Como un poderoso emético que hace que el alma expulse los demonios para posteriormente aplicar un bálsamo que suavice y un potente cicatrizante para las heridas abiertas.
Hay días (llenos de fármacos) en que la necesidad de abrazos se hace insoportable.
Alguien inventó la música para hacer más llevadera la soledad.
[d:(o.o):b Sonando: Abrázame, Doctor Deseo]
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